Subiendo desde Palma y habiendo llegado al encantador pueblo de Valldemossa, seguimos por la carretera Ma-10. Por la sierra de la Tramuntana en dirección Deiá llegamos a la altura de un restaurante llamado Can Costa frente al cual, al otro lado de la carretera, comienza a subir un camino que se adentra en el bosque de Miramar.
En la mañana de este día de finales de febrero el aire huele a limpio y a naturaleza. El campo y el bosque de pinos y encinas que bordean el camino están húmedos del rocío de la noche. En las fincas, campesinos cultivan la tierra roja, algunos juntan rastrojos que queman en pequeñas hogueras cuyo olor, al mezclarse con la brisa fresca de la mañana, evoca aromas ancestrales.
En su último tramo el camino es encauzado por antiguas paredes de piedra, y llegamos por fin a la hermosa ermita de la Santísima Trinidad, también conocida como la ermita de Valldemossa.
Nos encontramos a unos 477 metros sobre el nivel del mar y rodeados de bosque. Apartado del ajetreo y los ruidos de la civilización este lugar tiene un encanto especial.
Joan Mir i Vallès (monje que vivió unos años como ermitaño) fundó ésta ermita en 1648, sobre las ruinas de un antiguo monasterio franciscano.
Aún hoy, una pequeña comunidad de ermitaños vive en la ermita. En un pequeño huerto muy por encima del mar, cultivan sus verduras y hortalizas.
Vista de la costa de Valldemossa/Banyalbufar desde el mirador de la ermita.
Sin lugar a dudas, este es un sitio para refugiarse, aunque como visitante sólo sea por un tiempo muy limitado. Un sitio para estar más cerca de nosotros mismo y del silencio que tanto necesitamos.
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